Por fin llega a Europa el iPhone con USB Tipo C, pero ya se habla de ello porque es USB tipo C 2.0.

Solo ha empañado esta llegada la limitada tasa de transferencia de los modelos rasos: 480 Mbps. Es decir, USB 2.0. Es decir, lo que ya lograba Lighting. Es decir, un estándar de hace veintitrés años.

Pero no es el problema de este salto a USB-C que es estupendamente versátil.

El problema es el mismo que arrastramos desde el lanzamiento de este estándar. Que por fuera parecen lo mismo, pero por dentro no lo son. Y no solo aplica a la diferencia entre iPhone de la serie base (USB 2.0) y iPhone de la línea Pro (USB 3.2). Aplica a todos los cables y adaptadores de carga USB-C que se van acumulando y nuevamente, parecen lo mismo… pero no lo es.

Eso puede dar pie a problemas. Desde asuntos leves, como que un ordenador cargue muy lento por haber empleado un cargador o un cable diseñado para un teléfono móvil, hasta cuestiones mucho más serias, como freír una placa base por emplear el cable inadecuado para conectar un periférico.

Lo ideal es usar el cable y el cargador que traía un dispositivo, no otro; o al menos que compartan fabricante o sea uno de cierta fiabilidad. Por ejemplo, la comodidad de usar un mismo cargador para iPhone, iPad y Mac tiene sentido si usamos el cargador de mayor potencia, el del Mac; en dispositivos que no van a sufrir por ello. O al menos, usar cargadores y cables de fabricantes reputados, de confianza, para evitarnos sustos.